lunes, 28 de octubre de 2019

6) Por el Peloponeso hacia el peñón de Monemvasía


Un recorrido por carreteras de montaña en el interior del Peloponeso nos llevó esa jornada desde la costera Olimpia, en el este de la península, a la sorprendente Monemvasía, ciudad histórica y amurallada construida en un peñón a tiro de piedra de la costa suroeste, con la que se conecta por un diminuto ismo.

Stemnitsa, bonita localidad en las montañas del Peloponeso 
Descubrimos varios pueblos colgados en laderas de esta vistosa zona montañosa mientras seguíamos una carretera estrecha y plagada de curvas. El primero fue Lagkadia, que atravesamos sin detenernos, lo que no hicimos hasta Stemnitsa, donde teníamos prevista una pequeña caminata.


Era lunes, 28 de octubre, fiesta patriótica en Grecia, y hasta estas alejadas poblaciones estaban adornadas con banderas mientras la gente paseaba o charlaba en las terrazas. Se conmemoraba el Día del No o la memorable jornada en la que los griegos rechazaron el ultimátum de Mussolini, el mismo día de 1940.

El Menalon trail es un recorrido por las montañas del Peloponeso que precisa seis días para cubrir sus 80 kilómetros ya que en alguna de las etapas hay importantes descensos y ascensos. Empieza en Stemnitsa y precisamente termina en Lagkadia. En la etapa inicial se baja a la garganta de Lousios para llegar a Dimitsana, lo que implica una pronunciada bajada. Nos pusimos en marcha bajo un sol especialmente agresivo, pero a la media hora dimos la vuelta. Teníamos poco tiempo y nos dimos cuenta de que como mucho podríamos bajar a la garganta para de inmediato volver a subir, una paliza. Además, sin disfrutar del camino arbolado en el fondo del barranco. Por ello optamos por volver anotando esta ruta para un posible viaje ad hoc ya que la zona lo merece.


De nuevo en un Stemnitsa colapsado por los vehículos, que con muchas dificultades podían maniobrar en su angosta calle principal (y única), proseguimos hacia el interior de la península.

Teatro de la histórica Esparta
El paisaje de la Arcadia es una sucesión de montañas tapizadas de verde con escasa huella humana, lo que le confiere un gran encanto. Pero antes de llegar a Esparta vuelven las llanuras y con ellos las inmensas plantaciones de olivos. 



Aquí ocurre algo similar a Tebas: pese a ser con Atenas una de las tres principales urbes de la Grecia antigua, su histórico pasado está muy desdibujado.Localizamos la vieja Esparta y sorprendentemente estaba abierta pero sin vigilancia alguna y los restos se encuentran en muy mal estado. Y de la Esparta actual, nada que contar, una ciudad sin interés aunque con avenidas amplias que se construyó  de nueva planta en forma de cuadrículas en 1832.


Muy cerquita, apenas a cinco kilómetros, se encuentra Mystras, ciudad bizantina fortificada del siglo XIII. Tras conseguir con esfuerzo aparcar en el pueblo actual, nos acercamos a la base de la montaña para contemplar los restos de la población. Igual que nos pasó con el Menalon, tras ello decidimos seguir ruta ya que la visita (hay ruinas de iglesias, catedral, museo y mansiones) precisa ba unas cuatro horas aunque tenía pinta de ser muy interesante. Son las exigencias de un viaje de quince días, que obliga a seleccionar y desechar. Precisar que Mystras fue abandonada en 1832 en favor de la nueva Esparta y que desde 1989 es Patrimonio de la Humanidad.


Mystras se encuentra en las inmediaciones del Taygetos, el monte donde los espartanos despeñaban a los recién nacidos que presentaban deficiencias, y también a delincuentes. En un estado militarista, consideraban que no era bueno dejar crecer a personas que no iban a poder empuñar las armas. 

MONEMVASÍA


En algunos textos aparece como el Gibraltar de Grecia y cierta semejanza guarda
A media tarde llegamos a Monemvasía, el espectacular peñón (350 metros de alto, 1590 de largo y 560 de ancho) que acoge en uno de sus laterales esta histórica y bien conservada ciudad, y que ha dado nombre a una variedad de uva muy perfumada de la que salen los vinos malvasía, italianización de los venecianos de la palabra monemvasía. A España la habrían traído los almogávares en el siglo XIV.


Desde lo alto del peñón de Monemvasía se tiene una visión completa de Géfira, el barrio donde comienza el ismo que lleva a esta islita. También está llena de hoteles y restaurantes, y  aquí vive la mayor parte de la gente que trabaja en Monemvasía, donde los residentes fijos no llegan a la decena. 
Debido a su excelente conservación, Monemvasía es una joyita que atrae a los turistas, pese a las dificultades obvias de moverte en una población a la que no pueden acceder los vehículos. En la carreterita de acceso desde el ismo quedan forzosamente aparcados todos y dentro de la ciudad, por lo demás empinada y de calles estrechas, cantidad de mozos con carretillas van y vienen llevando suministros a hoteles y restaurantes (bebidas, ropa para lavar, material de construcción, de todo).
Monemvasía, amurallada y abigarrada. Arriba, la ciudadela conectada por una muralla

Sabiendo que el coche sobra, nos fuimos del hotel en Géfira a Monemvasía caminando, un paseo de aproximadamente un kilómetro. Nada más pasar el ismo encontramos un hotel llamado Lazareto, una construcción maciza de piedra que bien hubiera podido ser un lazareto en el pasado. En este punto todavía ni se intuye la hermosa ciudad veneciana a la que íbamos a arribar en unos minutos.


Llegamos a la puerta de acceso que da entrada a una ciudad medieval muy bien conservada. Rodeada de murallas por tres partes y la cuarta protegida por el peñón junto con el muro que conecta con la ciudadela.


Semejantes condiciones naturales  fueron el origen de la llegada de sus primeros pobladores. De hecho, su nombre quiere decir "una sola entrada". Siglos después los bizantinos la fortificaron y el francés Guillermo de Villehardouin, príncipe de Acaya, tuvo que sitiarla tres años para poder tomarla. 



El caso es que, aunque esencialmente turístico, es un enclave único, que deja postales maravillosas.


El segundo cerco conocido tuvo lugar en 1821, cuando los griegos la cercaron durante cuatro meses hasta que los turcos se rindieron al inicio de la liberación de Grecia.


El paseo por su interior permite conocer un sitio excepcional y muy controlado en el plano urbanístico, y en esas condiciones iniciamos la subida a la zona alta.


En cuanto ascendimos un poco teníam parte de la ciudad a vista de pájaro y también pudimos contemplar la muralla del lado oriental.


En la parte superior del peñón se encuentra la iglesia de Santa Sofía, del siglo XIII, que conserva frescos de esa época.

En la puerta de la iglesia aguardaba un grupo de mujeres con un atuendo que nos recordó a las monjas de Meteora. Era mediodía y hacía mucho calor, lo que unido a la fuerte subida nos hacía sudar profusamente. Nos imaginamos que ellas estarían aún más acaloradas. 


Una valla impedía entrar a la iglesia, pero la restauradora que trabajaba en los frescos nos permitió acceder y observamos unos minutos su minucioso trabajo. Además, lo hicimos sentados y la iglesia estaba fresquita.

En la parte superior del peñón existen numerosos restos de construcciones, desde un haman a aljibes para almacenar agua además de casas. Seguimos ascendiendo hasta la cresta y allí vimos nuevos restos y divisamos también Géfira. Al parecer, en un principio los habitantes se instalaron aquí y luego la ciudad fue creciendo hacia abajo. Si llegaron a vivir 40.000/50.000 personas como se dice, es fácil imaginar que disponer de agua potable debió ser uno de los principales problemas.


La parte final de la excursión consistió en bajar a las murallas que protegían la ciudad por el mar, realmente empinadas y difíciles de superar. Ahora, en su base, los turistas aprovechan para darse un chapuzón en el mar.

Por aquello de recorrer a fondo el peñón, decidimos circunvalarlo y regresar por el lado opuesto al que llegamos. En el flanco oriental de las murallas hay una pequeña puerta por la que salimos. 


No teníamos ni idea de si era posible caminar por las rocas, y la primera parte fue complicado. Vimos unas marcas de pintura roja sobre las rocas que parecían indicar el lugar más adecuado para colocar los pies, y las seguimos. Poco a poco la dificultad fue a menos y al poco se convirtió en un agradable sendero sombreado bajos las murallas y el peñón. 


Al cabo de unos 45 mintuos llegamos al ismo y retornamos a Géfira. La visión de Monemvasía  al caer la tarde, más bien del peñón, que la ciudad está del otro lado, es para recordarla.


Estuvimos alojados dos noches por 369 € en tres habitaciones con terraza, en el hotel Pramataris, aceptable aunque algo decadente con un desayuno bastante bueno. Eso sí, enfrente de la playa, cosa que aprovechamos para darnos un buen baño.

Ambos días cenamos en restaurantes de Géfira. El primero en el Skorpios, que estuvo muy bien, tanto que hasta nos planteamos repetir. Sin embargo, el segundo día acabamos en el Mateo´s, bien calificado y que exhibía una ikurriña de gran tamaño en su cristalera. Luego supimos que el dueño, griego casado con una tailandesa, tiene vinculaciones con San Sebastián. Al decirle que éramos gallegos nos soltó una pregunta de manual: «¿Celta? ¿Depor?», señal de que le suenan las cosas españolas. Además de su simpatía y amabilidad, nos encantó la cena, una de las mejores del viaje y a buen precio. 

Y con nuestro último paseo nos despedimos de este sitio tan singular al que siempre piensas que te gustaría volver. 

Al día siguiente, con la fresca cogimos de nuevo la furgo para dirigirnos a Nauplia, etapa previa a la final de Atenas. 


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