miércoles, 30 de octubre de 2019

7) Nauplia, Epidauro, Micenas y Corinto: cuatro tesoros

La costa este del Peloponeso reúne una enorme cantidad de piezas relevantes de la historia griega, y lo pudimos comprobar en nuestro rápido paso por la zona antes de abandonar la península por Corinto. 

A primera hora, al salir de Monemvasía, atendimos la sugerencia del propietario del restaurante Mateos y pasamos por Gerakas, un pueblecito que adorna una pequeña ría a pocos kilómetros. Ello implicaba seguir un rato por la costa y alargar algo el viaje, pero no nos importó.

Pueblecito de Gerakas, en una ría cercana a Monemvasía
Es un lugar muy tranquilo, que posiblemente en verano tenga más animación.


Aunque hacía calor, desechamos la posibilidad de bañarnos ya que eran solo las diez de la mañana y nos quedaba por delante una intensa jornada hasta Nauplia, una pequeña y coqueta ciudad que fue la primera capital de la Grecia independiente, pero solo por unos años. La carretera era, digamos, muy secundaria, aunque se compensaba por lo escaso del tráfico. Al rato se complicaría con barrancos y curvas en un área montañosa. Por esta ruta llegamos a la playa de una pequeña ciudad llamada Leonidion.

Allí nos encontramos a un grupo de chicos y chicas catalanes con sus furgonetas adaptadas para dormir que estaban pasando unas semanas dedicados a la escalada en las abruptas laderas que rodean la localidad. Estaban relajados y felices con la playa y unos baños públicos que les facilitaban la estancia. Después de hablar con ellos, nos tomamos un zumo en un bar y seguimos ruta.



Con una carretera aceptable, más amplia y con menos curvas, nos pusimos en Nauplia sobre las dos de la tarde. Rápidamente localizamos el Nafsimedon, nuestro hotel, que fue una agradable sorpresa.



Es una antigua casona, con techos altos y una amplia terraza delante, que con seguridad no fue diseñada como hotel sino como residencia de una familia bien. Cuenta con solo trece habitaciones, ofrece un desayuno estupendo y estuvimos muy a gusto.


Sí eso fue el hotel, de la ciudad podemos decir algo parecido. Es una pequeña población, de unos 15.000 habitantes, situada en el fondo del golfo Argólico. Es plana, con un trazado bastante rectilíneo y un sinfín de acogedoras calles peatonales en su centro, que es un gusto pasear. Y de su historia, como ocurre en este país, mejor no entrar en detalles ya que hay de todo: romanos, bizantinos,  francos, otomanos, venecianos...


Recorrer calles engalanadas con plantas y buganvillas gigantes, pavimentadas con mármol, sin coches, con comercios de lo más atractivo y además sin agobios de gente, fue un auténtico placer.


Algunas de ellas las utilizan los restaurantes como comedores al aire libre y de hecho cenamos en el exterior los dos días que pernoctamos en Nauplia.


En su puerto, donde ese día trabajaban sin descanso varias dragas limpiando el fondo, existe un islote con un pequeño castillo de lo más fotogénico. 



Se trata de Bourtzi, construido por los venecianos en el siglo XV.



Una vez edificado, desde allí tendían una cadena al bastión de Acronafplia, en tierra, para proteger la ciudad de ataques piratas. Lo que hoy es un pintoresco monumento ha sido de todo, desde hotel y restaurante hasta residencia del verdugo.

800 peldaños para subir al fuerte Palamidi, por un camino que se intuye en la imagen
Tras recorrer el frente marítimo y su amplio paseo nos encaminamos a la fortaleza Palamidi, un complejo de fuertes ubicado sobre unos acantilados para proteger Nauplia. Se trata de la construcción defensiva más grande de toda Grecia. Aunque se puede subir en coche, la otra opción es una escalinata larga, de unos 800 peldaños, que permite ir contemplado el mar y la ciudad mientras se asciende. Aunque son muchos escalones, resultaron relativamente cómodos. 


En total son ocho bastiones, con la curiosidad de que algunos tienen troneras abiertas frente a otros. Lo diseñaron así previendo que alguno pudiera caer en manos enemigas y de esta forma poder seguir haciendo frente a los atacantes.


La vista sobre la ciudad, el pequeño fuerte del puerto y el otro montículo es espectacular.


Dentro de la fortaleza impacta una celda pequeña, subterránea, sin luz ni ventilación, de suelo rocoso irregular, en la que estuvo encerrado por los propios griegos el héroe de la independencia, Teodoro Kolokotronis. 
En la parte superior de este patio se encuentra la terrorífica celda del bastión
Para ver la celda hay que entrar a gatas por una abertura de un metro de alto que permite acceder a un vestíbulo, desde donde se ve la mazmorra desde lo alto. Solo pensar en pasar allí unos minutos ponía la piel de gallina...


Después de ver el sol en su ocaso bajamos a la ciudad para un último paseo por sus plazas. Elegimos el restaurante Aiolos Tavern y resultó una cena estupenda: fueron 82 euros en total para los seis comensales, incluyendo aperitivo, postre y un ouzo, tres detalles de cortesía que no habíamos encargado. Como curiosidad: ofrecían tres vinos de la casa y nos los dieron a probar para poder elegir.

El segundo día en Nauplia visitamos Epidauro y Micenas que se encuentran en un radio de veinte kilómetros. De regreso, por la tarde, recorrimos el paseo marítimo de Nauplia que prosigue junto a la montañita que bordea la urbe. Han debido producirse desprendimientos y unas vallas prohíben el paso, pero nosotros, y otra gente, los ignoramos. Con seguridad el ayuntamiento quiere por esta vía evitar reclamaciones en caso de algún incidente ya que las vallas tampoco eran muy disuasorias. 


El paseo termina en una playita de cantos rodados que tenía algunos usuarios. 


Acabado el recorrido y tras dar muchas vueltas por restaurantes cerrados, terminamos en el restaurante Kastro Karima, en el centro pero no en las calles principales. Estuvo bien. A continuación, durante la partida de chinchimonis, algunos probamos un metaxa de doce años, ciertamente bueno.

EPIDAURO

Este segundo día salimos de Nauplia tras desayunar para conocer dos lugares históricos. Epidauro es una pequeña población, pero nosotros realmente queríamos ver el santuario de Asclepio y principalmente el teatro, considerado el mejor conservado de Grecia. Después nos acercamos a Micenas.

No descubrimos nada comentando que el teatro impresiona por su magnificiencia, su estado de conservación y sus dimensiones.


Se llega por un camino lateral bordeado de árboles y, de repente, te encuentras enfrente de esta obra maravillosa atribuida a Polícleto el Joven en la mitad del siglo IV.


Tiene capacidad para 12.000 espectadores y el presente es de lo más oportuno ya que se siguen realizando representaciones.


Aunque se han perdido todas las construcciones del escenario, el recinto impacta. En su base, una zona circular reservada al coro de veinte metros de diámetro. Al llegar a primera hora de la mañana, estuvimos un buen rato solos en el recinto, con lo cual la sensación de magnitud ante esta obra única e imponente fue muy interesante.


La disposición de las gradas, con más de cincuenta filas de asientos en la ladera de una montaña, es una de las claves de su excelente acústica, una característica que todavía hoy es motivo de estudio por su perfección. Como muchos de los visitantes, lo pusimos a prueba hablándonos desde la distancia; lo hacíamos en tono suave desde la parte de abajo y se escuchaba con nitidez arriba.

Algunas zonas de las gradas acusan el paso del tiempo
Desde hace tres décadas es Patrimonio de la Humanidad junto con el conjunto del Santuario de Asclepio, el dios de la medicina, (Esculapio para los romanos). Era el mayor santuario de este dios en Grecia.

Como era nuestra costumbre, empezamos por el museo y salimos luego a la visita in situ al recinto. En este caso el museo era pequeño, más manejable pero interesante, y no tardamos demasiado en recorrerlo. Ya lo habíamos observado en otros museos, pero una vez más las estatuas expuestas, no todas pero sí la mayoría, carecen de cabeza. 
El Tholos, edificio circular con 26 columnas exteriores dóricas y 14 interiores, corintias. 
Este santuario estaba destinado a la sanación de enfermos, no específicamente por la medicina sino contando con la intervención de las divinidades. Parece ser que la tradición ya venía de antiguo, y que en el monte Cirtonio se rendía culto a una divinidad sanadora desde el siglo XVI antes de Cristo. Entre los pocos restos que quedan del espectacular edificio del Tholos está un misterioso laberinto del que poco se puede contar.

Estos santuarios incluían un templo principal con la estatua del dios, un tholos donde se encontraba un estanque o manantial y el recinto donde dormían los enfermos mientras esperaban la sanación (abaton). 
Antigua abaton, donde pernoctaban los enfermos
El de Asclepio contaba con 160 habitaciones, lo que da idea de sus dimensiones y relevancia. De resultas de su actividad derivó en una escuela de medicina donde actuaban los sucesores de Asclepio, el más famoso de los cuales fue Hipócrates. El tratamiento no era gratuito, pero las donaciones eran asequibles. Tras los ritos de purificación, el enfermo esperaba la aparición en sueños del dios, que le indicaría el tratamiento a seguir. Obviamente, las curaciones se producían, pero especialmente en casos de enfermos psicosomáticos.

MICENAS

En este revolcón acelerado en la historia griega antigua nos plantamos en Micenas para conocer su acrópolis y visitar el museo donde se exhibe material recogido en este yacimiento. 



Solo apuntar que se trata de restos realmente antiguos, de los siglos XVI al XI a.c., su período más importante, aunque hay otros de mucho antes. Fue la micénica (también conocida como aquea) la primera civilización griega.


La acrópolis está situada como siempre en una montaña, a la que rodearon de murallas para su protección. Se calcula que fue abandonada en torno a 1.100 (a.c.) por causas que no están claras, barajándose revueltas internas, una invasión o terremotos. Cinco o seis siglos después volvió a ser habitada, pero ya no fue lo mismo. Gracias a Homero sabemos de su importancia en los años mencionados.

En el museo, muy bien montado, por cierto, vimos todo tipo de objetos hallados en el yacimiento, desde esculturas a armas, objetos de cocina o adornos, y cuesta trabajo creer que fueran elaborados hace más de tres mil años.


Por supuesto había perros y gatos en la zona, pero esta vez, quizás porque llovía (el único día en todo el viaje), alguno de estos cuadrúpedos fue autorizado a penetrar en el museo, donde se sentía como en su casa, suponiendo que no lo fuera.


La Puerta de los Leones, el acceso a la ciudadela, es el punto más conocido de la acrópolis y está datada en el siglo XII a.c., aunque podría denominarse de las leonas, que es lo que son, apoyadas en sus patas traseras y con las delanteras sobre un altar. Ser trata de murallas ciclópeas de tres metros de ancho, y reciben este calificativo ya que por las dimensiones de las piedras precisaban ser movidas por cíclopes. Su construcción se basa en estos gigantescos pedruscos colocados sin argamasa ni ningún otro tipo de cemento. El peso del dintel de esta puerta, una minucia, veinte toneladas.

Es un recinto muy amplio lleno de restos de tumbas enormes, de planta circular y alzado elíptico, de viviendas y también templos. En algunos de estos sepulcros se encontraron ricos ajuares. También se encuentran los restos del palacio real, del que poco queda.



Desde lo alto del monte se tiene una perfecta visión de las zonas aledañas, lo que explica que fuera utilizado para construir una ciudadela defensiva. En una parte más baja se encuentran unas escaleras que llevan a un pozo muy profundo, del que se surtían.


A muy poca distancia de la acrópolis se encuentra la tumba de Atreo, una gigantesca construcción semisubterránea que durante muchos siglos fue la mayor cúpula construida: 13,5 metros de altura y 14,5 de diámetro. 
Entrada a la supuesta tumba de Atreo
Una vez dentro hay muy poca luz y está vacía. Se construyó cavando verticalmente y luego amurallando, de una forma muy estudiada para garantizar que no se hundiera. En la puerta hay un pasillo de 36 metros que da acceso a la cámara propiamente dicha. En su momento estaba decorado y había columnas y frisos. La piedra sobre el dintel de entrada pesa ¡120 toneladas!. En Micenas y en la tumba coincidimos con un grupo de españoles que viajaban en varios autobuses de una excursión organizada para mayores por la Junta de Castilla y León.

CORINTO

A poco más de media hora de Micenas se encuentra Corinto, más famosa quizás por el canal que convirtió al Peloponeso en una isla, pero que también tiene importantes restos históricos. Por supuesto fuimos a conocer Corinto old, situada a siete kilómetros de la actual Corinto.


De nuevo empezamos por el museo, no tan pequeño como el de Epidauro, y después salimos a recorrer los restos.


Por supuesto, capiteles corintios y en general lo que debió ser un recinto muy importante. Aunque un poco tarde, ahora comprobamos claramente la diferencia entre capitales dóricos, jónicos y corintios de los que hablaban nuestros libros de historia del bachillerato.


También las imponentes columnas que sobreviven de lo que fue el templo de Apolo.

Templo de Apolo
Desde Corinto nos dirigimos al canal que permitió la conexión del mar Egeo con el golfo de Corinto, una pequeña hendidura que evita a barcos de pequeño tamaño rodear el Peloponeso, unos 400 kilómetros de cabotaje.


Son poco más de seis kilómetros con un ancho de 21 metros, ocho de profundidad y una altura máxima de 80 metros. Un puente permite atravesarlo  también a pie y ofrece una curiosa perspectiva ya que pueden verse los dos extremos.


Anualmente lo cruzan unos 11.000 barcos, en su mayor parte turísticos. Fue inaugurado tras doce años de obras en 1893, pero ya hubo intentos mucho antes. En la antigüedad se arrastraban barcos por una rampa (diolkos), cuyos restos son visibles, aún para salvar estos seis kilómetros, una tarea compleja y tremenda.

Nerón llegó a poner en marcha las obras con 6.00 esclavos, pero su muerte paralizó el proyecto. Hubo otros intentos, pero problemas técnicos o económicos lo impidieron. Incluso a un gobernante de la antigüedad lo convencieron los ingenieros de que la obra podría provocar la inundación del Peloponeso, aduciendo diferencias en el nivel del mar en sus extremos, ante lo que optó por dejarlo de lado.
Aunque construido en fechas relativamente recientes, sus bordes arenosos han provocado problemas. El paso de barcos provocaba movimientos en el agua que horadaban la base, lo que llevó a construir un pequeño dique en su base.

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