martes, 22 de octubre de 2019

1) Llegada a Tebas, Termópilas y Volos

Como habíamos acordado, a primera hora de la mañana del sábado 19 de octubre (2019), el grupo de seis amigos que durante quince días íbamos a conocer la Grecia continental estábamos puntuales en el aeropuerto de Barajas, cuatro procedentes de Galicia y los dos restantes desplazándose desde Canarias. Álvaro había empleado muchas horas en diseñar el itinerario y Ana se había encargado de las reservas de hoteles, un sistema mixto testado con éxito en otros viajes, caso de Nueva Zelanda. El plan consistía en empezar por Tebas y subir hasta Salónica, para luego descender por Meteora y llegar al Peloponeso. Tras recorrer esta inmensa península (o isla, debido al canal de Corinto), el tour finalizaría en Atenas, la capital, que reservamos para el final.


En Barajas, pese al madrugón, lucíamos sonrientes a la espera del avión de Iberia que nos llevaría hasta Atenas. 

En el avión vislumbramos lo que parecía un volcán con humo en el cráter, como se aprecia en la fotografía, aunque pudiera tratarse  solo de una nube y de un efecto óptico. No bajamos a comprobarlo. El viaje se hizo bastante cortito, sobre todo en comparación con otros, y sobre las 3 de la tarde, hora local, aterrizábamos con un sol espléndido.


Desde el aeropuerto Eleftherios Venizelos la empresa a la que alquilamos una furgo nos llevó a la oficina, en las cercanías de la terminal. Había dos unidades disponibles y a los pocos minutos desechamos la que nos ofrecían por algún defectillo visible. Antes de irnos comprobamos que la elegida también tenía goteras, pero era blanco o negro, una u otra. El resultado fue que durante todo el viaje chirriaba al abrir el portón trasero y se salía de sitio un embellecedor, pero sin más, cubrió el expediente para 13 días, con todo incluido, por algo más de 600 euros. Beni y Alfonso ejercieron de avezados conductores, guiados por las indicaciones de Alvaro, en su inestimable papel de copiloto.


Ese mismo día, antes de llegar a Tebas por una buena autopista de peaje (veríamos muchas) nos alarmó una lucecita en el cuadro de mandos que nos ordenaba ir de inmediato a un taller. Beni intuyó que le habían hecho la revisión y olvidado resetear el sistema, cosa que se confirmó despues de enviar un mail a la empresa. Ya tranquilos, nos acostumbramos a convivir con la lucecita... y con el chirrido del portón. Sin duda, asuntos menores.


Pese a su historia, Tebas es actualmente una urbe con escasos restos y con su calle principal peatonalizada. Ello nos obligó a buscar donde aparcar y a caminar con las maletas hasta el hotel, que  carecía de aparcamiento. Un esfuerzo mínimo si tenemos en cuenta que estábamos en la ciudad natal del mítico Hércules.

Nos instalamos en el Meletiou, agradable y limpio (173 euros una noche 3 habitaciones dobles con desayuno incluido) y nos fuimos a dar una vuelta, la primera por una ciudad griega. Al final de la tarde de un sábado de otoño con buen tiempo, media ciudad ocupaba las innumerables terrazas. A lo largo de estas dos semanas comprobaríamos que es una de las principales aficiones de los griegos.



En un lugar destacado de la calle peatonal existe una gran estatua de Epaminondas, el líder que en el siglo IV (antes de Cristo, así será todo o casi todo en los asuntos histórico de este viaje) convirtió a Tebas en la ciudad hegemónica como relevo de Esparta. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y daba la impresión de que la gente caminaba sin prestarle atención. Quizás porque la primacía de Tebas duró poco y solo tres décadas después de su muerte fue destruida por el padre de Alejandro Magno. Hoy, con sus 25.000 habitantes, es una pequeña ciudad de provincias en la que solo pueden verse restos del palacio de Micenas y poco más.


Ajenos a todo avatar histórico, cenamos en  un restaurante del centro, el Ladokolla y degustamos ensalada griega, croquetas, musaka, arroz, pulpo a la brasa (muy duro, nos pasaría más veces). 
Disputamos asimismo nuestra diaria partida de chinchimonis/chinos para financiar el café/copa de la noche en una agradabilísima terraza. Nos sentíamos muy a gusto.


A la mañana siguiente dimos un paseo por la ciudad tras desayunar en el hotel, donde éramos casi los únicos huéspedes, aunque esta iglesia la vimos casi desde fuera pues estaba en plenos oficios dominicales. El refrigerio fue regulero, aunque hay que considerar el precio .En general, las tarifas de hoteles y restaurantes nos parecieron bastante más baratas que en España durante el viaje. 


También nos fotografiamos ante las ruinas del palacio a la vez que desechábamos visitar el museo arqueológico, pese a que dicen que es bueno, pero eran dos horas y nos condicionaba el día y en jornadas sucesivas disfrutaríamos de un atracón de museos. 
Quizás el monumento más llamativo de la ciudad sea la torre de los Almogávares, unos catalanes que estuvieron allí y en lo que hoy es Turquía a comienzos del siglo XIV en aventuras guerreras, y que durante un tiempo hicieron de Tebas la capital de un Gran Ducado.

Enseguida pusimos rumbo a Volos, siguiente etapa. Por el camino hicimos una parada obligada, en el escenario de la batalla de las Termópilas (Puertas Calientes, por los manantiales que existían), uno de los acontecimientos guerreros más conocidos de la historia griega que el cine ha difundido por todo el mundo. Allí nos enteramos de que el paso del tiempo nunca es en vano, y que 2.500 años después, año más o menos, lo que era un estrechísimo paso entre la montaña y el mar ya no existe.


Ahora hay una llanura costera con el agua alejada, pero se sabe donde se emplazaron los 300 guerreros espartanos al mando del rey Leónidas I, junto con varios cientos de combatientes tebanos y de otras ciudades, que intentaban evitar la invasión persa con Jerjes I al mando. 


Junto a la carretera se ha construido un memorial presidido por la imagen de Leónidas en pose guerrera, que los turistas (y Alfonso) acostumbran a imitar.


A unos trescientos metros la memoria de las Termópilas se transmite en un centro de interpretación donde recrean la batalla en vídeo (inglés) y en maquetas, siempre exaltando la gesta en la que apenas unos miles de aliados griegos causaron 20.000 bajas en el ejército persa.


Desde Termópilas hay 86 kilómetros hasta Volos. Desechamos parar en Lamia y a cambio unos kilómetros antes de llegar dejamos la autopista para ver los pueblos por los que pasábamos. El Volos Palace donde nos alojamos era de nivel pese a que costó poco más que el de Tebas, 225 euros en total con unas habitaciones estupendas que disponían de balcón y vistas al mar.


Enseguida salimos a caminar por la ciudad, que nos sorprendió agradablemente. La fachada marítima de Volos es muy atractiva y cuenta con un paseo de tres kilómetros que invita a recorrerlo.

Allí se muestra, en un lugar destacado, una réplica de Argo, el mítico barco con el que Jason y los argonautas partieron desde aquí, la antigua Lolkós, a la busca del Vellocino de oro.



Fue un rato agradable disfrutar de este amplio paseo, con una anchura poco habitual , lleno de amplias terrazas, gente en bicicleta y patinetes... Al fondo se ve la fotogénica iglesia de San Constantino.





Aquí descansamos un rato para jugar nuestra cotidiana partida de chinchimonis.


Al final del paseo han construido unos espigones para proteger varias playas artificiales, que un mes después de comenzado el otoño seguían teniendo usuarios. Ciertamente, la temperatura era alta aunque en el momento de las fotos ya iba cayendo la tarde. 


Cerca de la playa nos fotografiamos en esta escultura de Filolaos.


Como se ve en el mapa, Volos está justamente situado en el llamado golfo Pagasético, por el que el mar se convierte en una especie de bahía que, en gran medida, recorrimos durante nuestro paseo, con unas vistas fantásticas.


Ya sobre las seis de la tarde nos empezaba a apretar el hambre, pero el oficio de turista es arduo y elegir el restaurante de la cena nos llevó lo suyo. 


Recorrimos el animadísimo centro peatonal de la ciudad a la busca del elegido por internet sin tener en cuenta que era domingo. Estaba cerrado el primero y lo mismo sucedió con el segundo, bastante alejado además.


Ello nos permitió encontrar curiosidades como esta forma de decorar el exterior de una tienda.


Finalmente, tuvimos que conformarnos con uno al chou, de pescado, cerca del puerto, que resultó más bien del montón. Supusimos que nos trataron como turistas, pues el postre que ponen de oficio, sin cobrarlo aparte, a los clientes en este país, normalmente yogur con miel, pasaron de ofrecérnoslo. Nosotros, ignorantes, pedimos la carta de postres. El camarero dijo que no había y al final aparecieron sobre la mesa .

De vuelta al hotel, el bar estaba lleno de gente bien vestida que se había reunido para bailar tangos, y nosotros tomando una tónica con nuestras pintas.

El caso es que Volos, con unos 150.000 habitantes en su área metropolitana, nos dejó una excelente impresión. Está considerada una de las ciudades más bellas de Grecia con su tejido urbano, sus mansiones, iglesias y museos y su fachada marítima, aunque nosotros nos limitamos a una ligera mirada, pero suficiente para darnos cuenta de que es un lugar donde puede estar bien perderse una temporada. No había tiempo para más. Al día siguiente salíamos para Litochoro y por el camino teníamos prevista una pequeña caminata de montaña en preparación del ascenso al Olimpo, literal, al monte Olimpo, del  miércoles.



lunes, 21 de octubre de 2019

2) Ascenso al (monte) Olimpo

Del Volos Palace salimos por la mañana igual de encantados que entramos ya que estuvo francamente bien y el desayuno a la altura. El precio por habitación doble, desayunos incluidos, 75 euros. Después nuestro objetivo era  llegar a Litochoro, pero con algunas paraditas previas.


La primera en Portaria, un pueblecito de montaña a 650 metros de altura, que nos obligó a hacer un desvío, pero tenía encanto, a fin de hacer un paseo por el monte Pelión. El pueblo está a 11 kilómetros de Volos, pero llegar lleva veinte minutos por una carreterita llena de curvas pero con unas magníficas vistas. Como suele ocurrir en este tipo de localidades de veraneo, muchas casas se encontraban cerradas y vimos muchos perros sueltos y solos. Con el paso de los días nos fuimos acostumbrando: perros, y también gatos, por todos los lados, a su bola y casi siempre dormitando ya alimentados en la calle por almas caritativas. Normalmente se les veía bien, nada famélicos, y sobre todo muy tranquilos. 

Nuestra pequeña caminata del día era el Centaurus Path, pero solo fueron cuarenta minutos por una ruta circular que nos devolvió a Portaria. Hicimos una subida entre árboles de lo más agradable a esa hora temprana de la mañana.


Seguimos el curso de un riachuelo, con un caudal mínimo en esta época del año, y pasamos por varios puentecillos, más bien simples pasarelas. Tras el ascenso retornamos por una senda amplia por la que pueden circular vehículos y que nos devolvió al pueblo bordeando el bosque.


De Portaria seguimos camino de Larisa, una ciudad grande, de unos 170.000 habitantes, más de 250.000 con sus alrededores. Como todo en Grecia, tiene mucha historia y se calcula que allí vive gente desde hace 12.000 años. Su principal sello de distinción es que, según la leyenda, nació Aquiles, y ya en el plano de lo constatado, murió Hipócrates, el padre de la medicina.
Nos costó bastante aparcar y fue una decepción localizar con esfuerzo un párking subterráneo... en el que nuestra furgoneta no podía entrar por su altura. Al final encontramos otro en superficie y así pudimos pasar un rato callejeando.


Pese a su abultada historia, no es una ciudad con muchos restos, pero en pleno centro subsiste, en mal estado, un teatro romano. Ahora Larisa es una ciudad comercial y cabecera de una importante comarca agrícola. Nos llamó la atención un macizo edificio en piedra de la etapa turca, pero estaba cerrado. Era el antiguo "bezesteni", el mercado textil, de 30 por 20 metros y que en su tiempo albergaba ventiuna tiendas.
Se encuentra junto a una colina arbolada que con seguridad es refugio de los vecinos para las tardes de buen tiempo y, como es obligado, con grandes terrazas para descansar y tomar algo, como nosotros hicimos. Después veríamos por el centro peatonal una larga sucesión de terrazas bajo árboles, como en Volos, pero con el paso de los días dejamos de fijarnos pues se repetía en todos los sitios.

Antes de llegar a Larisa habíamos hecho una paradita en un centro comercial al uso para comprar un cargador de móvil, sustituto del que alguien se habría encontrado en el hotel de Volos de la noche anterior. Era lunes por la mañana y por tanto pocos clientes, pero nos llamó la atención que, aparte de las cadenas habituales (Mango, Guess, Media Mark), encontramos tiendas desconocidas para nosotros. En estos tiempos de globalización resulta agradable.


Sin más dilaciones, de Larisa seguimos directos hasta Litochoro, un pueblecito de 7.000 habitantes situado en las faldas del monte Olimpo. Un sitio bonito aunque la proximidad al Olimpo es su principal atractivo. Teníamos reserva en el hotel Afroditi,  en pleno centro, que resultó de lo más agradable. Como curiosidad, nos enseñaron varias habitaciones para que pudiéramos elegir.


Tiene una vistas excepcionales aunque las habitaciones son un poco ajustadas de espacio, todo está lleno de detalles chulos . Al día siguiente, en el desayuno, la luna de miel con el hotel se agrandaría: no era una oferta muy abundante en productos pero todos caseros, dulces, tartas, mermeladas, fruta... y pan fresquito. Un lujo. Quizás el mejor de todos los que tuvimos en este viaje.


Decidimos aprovechar el resto de la tarde y salimos a dar un paseo. Lo primero, a visitar el cementerio de San Atanasio, considerado de los más pintorescos de Grecia. Estuvimos allí un rato, paseando entre las tumbas, ya que para nosotros tiene cierto morbo que todas ellas incluyan la foto de los difuntos. Desde luego era vistoso, estaba limpio y muy ordenado.


Álvaro tenía fichado un camino que empezaba al final del pueblo en la zona del cementerio con vistas al Olimpo y estuvimos buscándolo, seguidos de cerca por la mirada de algún que otro gato escalador.


La senda se adentraba en la montaña siguiendo una levada (curso de agua) cubierta por bloques de hormigón, lo que hacía más sencilla la caminata, de poco más de un kilómetro.


Sumado al paseo de la mañana en Portaria completaba el día. Disfrutamos y dimos por supuesto que nos vendría bien para el ascenso al Olimpo  previsto para el día siguiente.


Pasamos un rato agradable en la montaña, en un paisaje de rocas escarpadas y árboles, especialmente a última hora de la tarde con una temperatura suave.


Oficialmente el camino terminaba en una cascada, pero tras el verano había poca agua en una poza y poco más, pero eso no le resta mérito alguno al paisaje. De vuelta a Litochoro quedaba por resolver la cena, para lo cual recurrimos a Internet donde destacan el Meze-Meze y realmente estuvo bien. Cenamos a nuestro modo, eligiendo cada uno un plato (calamares, risoto, sardinas, croquetas) más algún entrante y compartiéndolo todo. Es entretenido y lo repetiríamos más noches. Como ocurriría en otras ocasiones, la cena fue realmente barata, poco más de 60 euros; por el contrario, el café y alguna copichuela posterior en una terraza costó casi la mitad de esta cifra, lo que nos pareció desproporcionado.

La subida al Olimpo era uno de los puntos fuertes del viaje, como ocurrió con la garganta de Samaria en Creta o la ruta del Tongariro en Nueva Zelanda. Madrugamos todo lo posible para llegar pronto (el desayuno no empezaba hasta las 8 a.m.) y enseguida salimos para la  montaña sagrada. Llegamos al punto de partida, Prioria (1.050 metros) por una carreterilla difícil que allí concluye.
A partir de aquí dependes de las piernas para llegar al menos al refugio, situado a 2.100 metros, que era nuestra intención. "El luminoso" (que es el significado de Olimpo), donde habitan, o habitaban, los dioses, alcanza los 2.919 metros, pero llegar arriba son palabras mayores y nos obligaría a dormir en el refugio para salir al día siguiente. Lo descartamos.
Instantes antes de iniciar la subida vimos como se ponía en marcha una reata de burros y mulas bien cargaditos, la única vía para llevar suministros al refugio. En medio del ascenso nos acordamos de estos pobres animales, condenados a hacer el camino a diario, incluyendo pertrechos pesados como bombonas de gas. Con sus sonoros sonajeros, se les oye desde lejos. También se les huele durante toda la subida pues el camino queda alfombrado de heces que cuesta evitar.


Animados, nos pusimos en marcha en medio de un bosque maravilloso en el que destacaban las hayas, que en algunos puntos empezaban a amarillear.


Imaginamos que unas semanas más tarde, con el otoño más avanzado. el espectáculo sería todavía más impresionante.


Mientras ascendíamos, en una primera etapa con rampas no excesivamente molestas, nos íbamos repitiendo lo que habíamos leído del monte, el hogar de los dioses olímpicos presididos por Zeus. Por ejemplo, que en la II Guerra Mundial fue utilizado por los británicos para intentar detener a los alemanes, sin éxito, claro. También que hay 18 montes con este nombre en el mundo, en países como Nueva Zelanda o Estados Unidos, y también en Turquía, en el que hemos estado.


Poco a poco el esfuerzo fue haciendo mella en nosotros, pues los algo más de 1.000 metros de desnivel serían en realidad 1.300 por los altibajos de la ruta.


Lo peor fue cuando las rampas de tierra dieron paso a las piedras sueltas, lo que coincidió con el final del bosque que nos dejó sometidos a un sol inclemente. Desde el nivel de los 1.500 metros las  hayas pasan a ser un recuerdo y la vegetación son casi exclusivamente pinos. 


El ascenso nos costó algo más de tres horas y llegamos realmente cansados, pero alegres y muy satisfechos al ver el cartelito que identificaba la altura.


Junto al refugio reencontramos la reata de burros, ya descargados de la mayor parte de la impedimenta, sin duda listos para el descenso.


Descansamos una hora aprovechando para hacernos fotos con la cumbre, pedregosa, de fondo. Esa es la cumbre que veíamos, pues el Olimpo es un monte circular inmenso, con una circunferencia de unos 150 kilómetros, y que hasta 1913 no fue coronado. Actualmente es un parque nacional y reserva de la biosfera.


Había bastantes excursionistas ese día en el refugio, a muchos de los cuales los habíamos cruzado por el camino. 


Sobre las dos iniciamos el descenso, temerosos de que la oscuridad nos pillara antes de llegar abajo.


La bajada fue una repetición de lo vivido por la mañana, solo que empezamos por la zona descubierta, luego los pinos y más adelante las hayas.


Al principio creímos hacer el descenso más rápido que la subida, pero finalmente empleamos lo mismo, algo más de tres horas y se nos hizo eterno, sobre todo al final, con las fuerzas ya muy justitas, casi como las de este árbol haciendo un requiebro casi imposible para sobrevivir. 



En el albergue-bar de Prioria nos tomamos un zumo para recuperar el resuello y dedicamos la última mirada al Olimpo, visiblemente satisfechos todos pese a que alguna rodilla decidió protestar durante la bajada, pero sin más.


Acabada la actividad del día iniciamos el camino a Salónica, adonde llegaríamos a última hora de la tarde, a tiempo para aparcar la furgo en un párking del puerto muy cerca de nuestro hotel, el Plaza, en la animada zona de Ladadika, que también está bien. La idea era no tocar el vehículo al día siguiente. Salimos por los alrededores para cenar en la plaza Katouni, peatonal, muy cerca del hotel, en el restaurante Palati, enmedio de una zona de marcha llena de locales. Los precios ya fueron otros y notamos también un aumento de la temperatura al estar junto al mar.