domingo, 27 de octubre de 2019

5) Delfos y Olimpia, un chute de historia antigua

Vista del desfiladero de Delfos desde la habitación de nuestro hotel
Una vez conocida Meteora, la ruta que habíamos diseñado nos trasladó a Delfos utilizando una carretera casi de montaña en la que forzosamente había que circular muy despacio, detalle que algunos conductores ignoraban. Es un lugar de sobra famoso y también Patrimonio de la Humanidad que no precisa mucha presentación. Antes de la visita al museo y al recinto arqueológico nos instalamos en el hotel, el Acrople Delphi,  normalito pero bien situado, fuera de la calle principal, más ruidosa, pero a tiro de piedra caminando de las zonas de interés. Eso sí, desde la habitación veíamos el desfiladero con el mar de fondo.
Oráculo de Delfos o Santuario de la diosa Atenea
El recinto arqueológico está dividido en dos partes: el museo con la zona principal de los restos y, a unos 500  metros,  caminando por el borde de una carretera, otra área más reducida donde se encuentra el santuario (circular) del famosísimo Oráculo de Delfos. En el primero es preciso pagar (12 euros, 6 mayores de 65) y al segundo se accede libremente. La foto superior corresponde a este último, al que acudimos al final de la tarde, cansaditos tras un día en el que el sol estuvo beligerante. El  Oráculo era en la antigua Grecia un lugar muy visitado por peregrinos que buscaban los consejo de Pitia (o Pitonisa, nombre que ha perdurado), la sacerdotisa más famosa. El Oráculo lo integraban mujeres mayores a las que se atribuían poderes heredados del dios Apolo.


Afortunadamente, tomamos la costumbre de visitar primero el museo y después los restos arqueológicos, decisión acertada ya que en caso contrario nos hubiéramos enterado de muy poco en las áreas excavadas. Como se aprecia en la imagen superior, el santuario del dios Apolo y el resto de las construcciones están en la ladera del Parnaso, con lo que la visita es un continuo ascender.


Este monte es una mole de piedra y junto con los pinos enmarcan estos interesantes restos de 2.500 años de antigüedad. A la vista de lo descubierto es seguro que fue un lugar especialmente relevante.


Nosotros, gracias a las informaciones obtenidas en el museo, pudimos hacernos una idea de la importancia que tuvo este complejo de templos y ocio.


Junto a los restos hay siempre paneles informativos (griego e inglés) que explican su historia. Durante la visita, una pareja norteamericana con un bebé como de un año nos hizo pasar un mal rato. La pequeña, que casi no andaba, no paraba de llorar, tenía sed y calor, pero lo padres no cedieron y la castigaron a cubrir todo el recorrido. Fue desagradable.

Entrada al museo de Delfos
Por lo que se refiere al museo, es una instalación moderna, bien diseñada y agradable. A continuación, dos de los principales tesoros que se exponen:

El auriga, escultura en bronce
El auriga formaba parte de un conjunto mucho más grande, cuyo diseño completo incluía carro y caballos. El museo, muy bien montado, te permitía hacerte una idea de cómo era la figura original con dibujos que suplían lo que faltaba, que era casi todo.
Recreación de dónde estaría el auriga aprovechado los pocos restos encontrados
Considerada la escultura más famosa del museo, se realizó en conmemoración de una importante victoria en los Juegos Píticos de 478 (a.c.).

Esfinge de los Naxios
Esta impresionante imagen, con cabeza humana, cuerpo de animal y alas estaba originalmente sobre una enorme columna. Procede de la isla de Naxos, y fue una ofrenda de sus habitantes a Apolo. Su misión era vigilar el santuario; a los visitantes les proponía un acertijo y quien no lo resolvía terminaba muerto.

Obviamente, el templo de Apolo fue en su momento lo más destacado del recinto, aunque ahora queda más bien poco en pie. No obstante, en el museo se exhiben estatuas, restos de frisos y otros materiales encontrados en las excavaciones. 


En la parte superior del recinto se encuentra el estadio, considerado el mejor conservado de Grecia, con capacidad para 7.000 espectadores sentados. Construido en el siglo V antes de Cristo, 18 corredores podían competir a la vez. Allí se celebraban cada cuatro años los Juegos Píticos, los más importantes panhelénicos después de los Olímpicos.

Tesoro de Atenas, que conmemora la batalla de Maratón, reconstruido pieza por pieza
Guerras y algún terremoto provocaron el hundimiento de Delfos, que sobre el siglo V de la actual era vio como iba surgiendo una ciudad sobre sus ruinas, Castri. En 1840 un arqueólogo alemán descubrió lo que había debajo y cuatro décadas después, una vez trasladada Castri a otro emplazamiento, empezaron las excavaciones que han permitido recuperar una pequeña parte de lo que allí hubo.

Memorable cena en el To Patriko Mas
La jornada concluyó con la cena en el restaurante To Patriko Mas. El pueblo no es muy grande y está centrado en el turismo, con abundancia de hoteles, restaurantes y tiendas. La temperatura era muy buena y en la terraza, bajo un inmenso árbol, disfrutamos de la comida y la velada con vistas al desfiladero y al mar. Una gozada, mosquitos aparte, en un local con mantel de tela y un cordero y risoto de nivel.

Acabada la cena, las tiendas de la calle principal seguían abiertas: el cliente manda.

Naupacto

De camino a Olimpia recalamos en Naupacto, nombre que seguramente no dice nada a la mayoría pero se trata de Lepanto, que suena más familiar. Se encuentra a poca distancia de la entrada al golfo de Corinto y del impresionante puente de Río Antirio que acabó con el aislamiento septentrional de la península (isla) del Peloponeso. La carretera desde Delfos va bordeando la costa, serpenteando entre pequeñas bahías y pueblos tranquilos y relativamente vacíos en esta época del año. Desde nuestra furgo contemplamos interminables campos de olivos y un terreno extremadamente seco. En hora y media nos plantamos en Lepanto.


Naupacto es una pequeña población (algo más de 10.000 habitantes) pero su casco central toda una pequeña joyita, especialmente su diminuto puerto y las murallas venecianas que lo circundan. Llegamos en las primeras horas de una mañana de domingo y el lugar estaba muy animado con la gente aprovechando los primeros rayos de sol en las terrazas para desayunar. Teníamos noticias de que allí existía una estatua de Miguel de Cervantes, quien en la batalla de Lepanto, que tuvo lugar muy cerca, perdió la movilidad de una mano. Sin mucho esfuerzo la encontramos.


Junto a la estatua del "manco" más famoso de la literatura mundial hay una placa que identifica a varias instituciones españolas que financiaron su instalación.


Aunque buscamos más información sobre Cervantes en Lepanto no la encontramos.


Esas murallitas como de cuento nos atraían y tratamos de subir para recorrerlas, pero fue imposible. Unas verjas de hierro que bloqueaban el acceso a  las escaleras lo impedían. 


En esa tesitura, optamos por dar un pequeño paseo por la parte baja del pueblo, recorriendo una zona antigua en la que localizamos una vieja mezquita reconvertida para uso cultural.


En la parte alta asoman unas murallas, pero desechamos subir. Leímos que eran más vistosas desde abajo y debíamos seguir para Olimpia. Por ello, tras un café "frappé", bebida que inventaron los griegos y que consumen abundantemente, nos pusimos en marcha.


Cruzamos al Peloponeso por el famoso puente que permite una rápida comunicación con el norte de Grecia, aunque es de pago. Fue inaugurado en el 2004, poco antes de las olimpíadas de Atenas, tras una complicada construcción.


Conocido como Rio Antirio por las localidades que une, su nombre oficial es Charilaos Trikoupis en recuerdo del primer ministro griego que en 1880 planteó su construcción, la cual sin embargo tuvo que esperar más de un siglo. Es el puente sujeto por cables más largo del mundo, tres kilómetros, y fue un reto para la ingeniería debido a la actividad sísmica y al fondo fangoso donde se sitúa. Pese a ello, se construyó de manera ejemplar y no hubo ningún accidente durante las obras. Ahora, el golfo de Corinto se cruza en cinco minutos cuando antes, en transbordador, se precisaban tres cuartos de hora.

 OLIMPIA

Llegamos a Olimpia a primera hora de la tarde, con intención de que nos diera tiempo a visitar la zona antigua y los dos museos:  el arqueológico y el de los juegos olímpicos.
Toda Grecia estaba engalanada de banderas en vísperas del 28 de octubre, el "Día del No"

Olimpia tiene aspectos parecidos a Delfos y la carretera te lleva bordeando el litoral del Peloponeso, aunque el mar prácticamente no se ve. Las ruinas están pegadas a la actual Olimpia, y de hecho, nuestro hotel, el Leonidaion, se encontraba a solo unos pocos cientos de metros. El museo arqueológico, al lado del recinto , ocupa una enorme explanada, Y la Olimpia actual es una pequeña localidad que vive de su megafamoso pasado, lo cual es explicable pues aquí surgieron los juegos olímpicos, cuya primera edición tuvo lugar nada menos que hace casi tres milenios, en el 776 a.c. Estar en un sitio tan cargado de historia realmente apabulla un poco.



Un plano general y también la maqueta expuesta en el museo, que de nuevo es nuestra primera visita, nos permiten hacernos una idea de lo que era este santuario, que incluía el estadio donde se celebraban los famosos juegos.


Los dos frontones del templo de Zeus son sin duda el plato fuerte del museo ya que se han recuperado en gran parte. Por su tamaño y por las estatuas es un conjunto impresionante, aunque ninguna se conserva en su integridad.



Además del griego e inglés, las explicaciones están también en alemán, mientras en Delfos el tercer idioma era el francés, elección idiomática relacionada con el país que en cada caso impulsó las investigaciones arqueológicas.


Del museo salimos al recinto, cómodo de recorrer por su planicie y por los abundantes árboles que ayudaban a protegerse del sol inclemente de octubre.


Es un terreno enorme en el que los restos sobre el lugar son escasos y hay que hacer un esfuerzo para imaginarlo en su época de esplendor.


El Filipeo es uno de los que sobresalen. Se trata de un monumento circular hecho en caliza y mármol. Contenía estatuas de Filipo de Macedonia y familia en mármol y oro. Conmemoraba la victoria de Filipo en la batalla de Queronea (338 a.c.). En el recinto se encuentra también el taller de Fidias, conocido por haberse encontrado allí los moldes de la estatua de Zeus, taller situado junto al Leonidaion (el nombre de nuestro hotel) o Casa de los sacerdotes.
Taller del escultor  Fidias
Sin que haya que explicarlo, el sitio clave es el estadio olímpico. Muy cerca es donde tiene lugar la ceremonia del encendido de la llama que luego viaja en forma de antorcha olímpica hasta el lugar donde se celebran los juegos. Visualmente impresiona menos que el de Delfos, aunque indudablemente su notoriedad es muy superior. 

Se debe posiblemente a que carecía de gradas y los espectadores seguían las pruebas desde los taludes laterales, pero sin asientos. Sus dimensiones son algo mayores (212 metros de largo por 178 de Delfos) y su capacidad muy superior, casi 50.000 espectadores.

Entrada al Estadio
Después de empaparnos visualmente de este lugar histórico continuamos la visita en el vecino Museo Olímpico, centrado específicamente en la historia de las Olimpíadas.

Aquí conocimos detalles como que los atletas competían desnudos y que las mujeres tenían prohibido el acceso, no así los esclavos. Hay información exhaustiva sobre las pruebas deportivas, la evolución de las disciplinas o el proceso para llevar a cabo las competiciones. Muy interesante.

Beni y Alfonso haciendo un sprint irrepetible en Olimpia

Antes de acudir al museo, en el grupo hubo quien decidió recorrer el estadio a la carrera, emulando a los antiguos atletas.


Y a lo largo de la visita, de vez en cuando una paradita a la sombra pues el calor fue nuestra compañía en todo momento.
Más tarde, antes de la cena, ya en el pueblo  acudimos a un pequeño y amalgamado museo dedicado a Arquímedes, que fue un descubrimiento. 

Además de gratuito, una chica particularmente amable nos facilitó información en español de este interesante inventor y científico. Exhibían maquetas que recreaban sus geniales inventos y allí pasamos un rato de lo más entretenido.
Después acudimos a cenar a un restaurante casi pegado al hotel, Orestis, donde por primera vez nos cobraron el agua, que siempre servían sin coste, pero no así el postre. La cena, a base de carne y pescado, estuvo bastante bien. 
Hubo tiempo para una consumición posterior en una especie de pub en el que un parroquiano, al identificarnos como españoles,  nos ofreció un repertorio de canciones tipo "Asturias patria querida" en un castellano bastante correcto. En este local, por lo demás un poco cutre, algunos del grupo descubrieron el tsipouro, una especie de orujo bien fuerte. Ambos quedaron muy bien clasificados en el chinchimonis y durmieron a placer, por lo que al día siguiente elogiaron las virtudes de este licor de muy elevada graduación.

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