jueves, 31 de octubre de 2019

8) Atenas, una urbe moderna... de 3.000 años

Llegamos a Atenas como colofón de dos semanas de viaje por Grecia. Habíamos dejado la capital para el final a fin de desprendernos del coche de alquiler, que en una gran ciudad más estorba que otra cosa.
Vista de Atenas desde el monte Licabeto
Tampoco lo que habíamos leído nos animaba a permanecer más tiempo y, al final, esos dos días se nos hicieron escasos. Encontramos una ciudad europea, animada, organizada, histórica, multicultural y con un tráfico complicado, pero muy atractiva. Lo primero que hicimos, tras instalarnos en el hotel, fue un recorrido en el típico bus turístico que nos permitió hacernos una idea general de los barrios y las zonas más interesantes para visitar.

"El corredor", una estatua que generó polémica
La celebración de las segundas olimpíadas de la etapa moderna, en 2004, tiene que ver con la Atenas actual, que dispuso de inversiones para su mejora y transformación, al estilo de lo pasó en Barcelona. Esta escultura, de Costas Varotsos, es anterior, de 1988, pero su temática claramente deportiva.


Situada actualmente frente al hotel Hilton, que se ve al fondo, la obra no dejó indiferente a casi nadie en Atenas, con voces a favor de mantenerla... y también de lo contrario. Finalmente, seis años después fue trasladada a su actual emplazamiento desde la plaza Omonia, y claramente provoca ganas de tomar velocidad... Está hecha de hojas de vidrio verde colocadas unas encima de otras.


Junto al Corredor sobrevive un olivo milenario.


El Corredor está en el recorrido realizado por el soldado que llegó desde Maratón para comunicar a los atenienses la victoria sobre los persas, y que murió a consecuencia del esfuerzo dando origen a esta conocida prueba deportiva. De hecho, la estatua se encuentra a solo a unos cientos de metros del final.

El centro de Atenas, especialmente sus barrios más turísticos y antiguos, los de Plaka y Monastiraki, que fueron por los que más nos movimos, ofrecen un ambiente tranquilo, a ratos multitudinario, y desde luego con terrazas de lo más atractivas.


El monumento por excelencia, el Partenón, en la Acrópolis, se ve desde diferentes lugares ya que se encuentra en lo alto de una elevación.


Su iluminación nocturna hace que tampoco de noche pase desapercibido.


Nuestra visita coincidió con la celebración de Halloween, que por supuesto en Atenas también tienen muy presente.

En Atenas estuvimos los dos días alojados en el Best Western Plus Amazon Hotel, muy céntrico, próximo a la plaza Syntagma. Moderno, limpio y agradable, con un desayuno bastante bueno. Los dos días nos costaron a los seis 495 euros.


En la avenida delante de los Jardines Nacionales se concentran parte de las embajadas extranjeras. Algunas ocupan inmuebles exclusivos y otras, de países medios, utilizan pisos en edificios colectivos. Uno de ellos era casi territorio foráneo al completo.

Museo de la Acrópolis, visita obligada
Antes de visitar la Acrópolis mantuvimos nuestro criterio de recorrer previamente el museo, donde se guardan numerosos tesoros de este yacimiento. 


Se trata de una instalación excepcional, situada a solo unos cientos de metros, y que esa mañana de sábado estaba muy concurrida.


Originalmente, en el siglo XIX, tras la independencia de Grecia, el museo estaba dentro de la Acrópolis, pero muy falto de espacio. Después de la Segunda Guerra Mundial se decidió buscar un emplazamiento separado para exhibir los tesoros de la Grecía clásica como corresponde. No se logró terminar el proyecto hasta el año 2009, en que se inauguró.


Uno de estos tesoros son las esculturas originales de las Cariátides, ya que las colocadas en el exterior del Erectreion, en la Acrópolis, son copias.


En la planta superior del museo, una pared acristalada facilita observar la Acrópolis. Aunque se cree que está ocupada desde el tercer milenio antes de Cristo, se sabe que en el 1.200 a.c. había un palacio y unas murallas, a la que siguieron varios templos. En el 480 a.c. fue destruida por los persas de Jerjes, a la que siguió su reconstrucción liderada por Pericles, etapa a la que pertenecen el Partenón, los Propileos, el templo de Atenea Niké y el Erecteion. 


Una maqueta muy realista, hecha con piezas de Lego, facilita imaginar lo que fue la Acrópolis con sus edificios en perfectas condiciones. Tras intentar memorizarla nos dirigimos a visitarla.


Si en el museo había mucha gente y colas, la multitud era más numerosa en la puerta de acceso a la Acrópolis. Desde luego, no es una sorpresa, como si vas a ver la Capilla Sixtina, el agobio y la masificación están asegurados. Es así... o no verlo. El camino entre ambos puntos fue entretenido, con puestos callejeros, mucha gente, músicos entreteniendo a los paseantes. Animadísimo.


Los monumentales Propileos, nombre que reciben las puertas de acceso monumentales, dan la bienvenida a la Acrópolis en medio de una inmensa procesión humana y bajo el calor pese a estar ya en el mes de noviembre. Construidos en el siglo V a.c., en tiempos de Pericles, nunca fueron totalmente acabados.


Junto a la meseta de la Acrópolis, en el recinto exterior, se encuentra el teatro de Dionisio. Del siglo VI a.c., es considerado el primero del mundo y el más grande de la antigua Grecia con capacidad para 17.000 personas. Aquí se estrenaron las primeras obras de Eurípides, Sófocles, Aristófanes y Esquilo.

Algún asiento conserva el nombre de su privilegiado usuario
El detalle de los asientos permite ver lo cuidado de su construcción.



Pese a que la meseta de la Acrópolis está solo 150 metros por encima del nivel del mar, destaca claramente sobre la ciudad y permite una visión general de Atenas.

        

Pero el principal centro de atención es el Partenón, el templo por excelencia. Quienes han estado aquí décadas atrás recuerdan que antes era posible acceder a su interior. Ahora está vallado, y los andamios casi forman parte del paisaje pues siempre hay trabajos de mantenimiento que realizar. Con 70 metros de largo, columnas de 10 metros de altura y su perfecta armonía, es imposible no admirar el trabajo de los arquitectos Ictino y Calícrates. Ello pese a avatares como la explosión que sufrió durante la etapa otomana, cuando fue utilizado como polvorín. A pesar de esta catástrofe, sigue conservando la parte principal de su estructura.


También en la ladera de la Acrópolis luce el odeón de Herodes Antico, que todavía hoy sigue utilizándose para representaciones musicales. A pesar de sus evidentes restauraciones modernas, es realmente fotogénico, muy espectacular.


Es la única construcción romana del entorno, del siglo II de la era actual, y un siglo después fue destruido por los hérulos. Permaneció una eternidad cubierto de tierra y en el siglo XIX empezaron las excavaciones. Hace unos setenta años se inició la reconstrucción.


Recorrido el recinto, decidimos iniciar el regreso visiblemente satisfechos.


Poco antes de abandonar la Acrópolis pasamos junto al Erecteión, y  a la izquierda se observan las Cariátides, seis estatuas de mujeres haciendo de columnas, que ya dijimos son copias de las originales, a salvo dentro del museo. 



Representan a esclavas de Karys, pueblo griego que había colaborado con los persas y castigado por ello.

De vuelta al centro de la ciudad, nos encontramos, por casualidad y sin buscarla, e igualmente sin necesitarla, con la embajada de España.


En dirección a la plaza Syntagma pasamos por los Jardines Nacionales, en uno de cuyos extremos se encuentra el Arco de Adriano, del que no está claro ni quién lo construyó ni tampoco por qué. Se utilizó mármol del monte Pentélico, al igual que en el Partenón y en otras construcciones atenienses.


Atravesando los jardines, seguimos a pie la ruta para subir al monte Licabeto, que con sus 278 metros de altura casi dobla la de la Acrópolis. Ello hace que desde allí se divisen las mejores vistas de la ciudad. Se encuentra en el barrio de Kolonaki, considerado el de más nivel de Atenas, algo que se aprecia paseando. 


En una ciudad plana, colinas aparte, la Acrópolis aparece en el horizonte, antes del mar y de la isla de Salamina, donde tuvo lugar la famosa batalla naval.


El mirador existente en la cumbre del Licabeto, donde también hay una capilla (San Jorge) y un restaurante-cafetería, sirve para contemplar la enormidad de Atenas, una ciudad con casi 800.000 habitantes pero casi cuatro millones en el conjunto del área metropolitana, un tercio del total del país. 



Existe un tren funicular que bajo tierra te deposita cerca de la cumbre, pero el descenso lo hicimos caminando.

En el barrio nos encontramos este curioso grafiti que alude a la Unión Europea (EU) y a la crisis económica griega y su antigua moneda, el dracma.



En los paseos después de oscurecer por la zona en la que nos movíamos terminábamos siempre descubriendo en el horizonte la Acrópolis.


 Cerca de una línea del metro, paseamos junto a la zona del Ágora, atestada de gente en la noche del viernes, 1 de noviembre.
Mónica, la leonesa encargada del restaurante Karamanlirika
Los dos días de Atenas realmente cenamos bien y en locales totalmente diferentes. La primera noche, tras mucho debatir, optamos por el Blue Fish, finolis, comida griega moderna y local, sobre todo basada en pescado, muy recomendable. La segunda noche nos dejamos aconsejar por nuestra hija, que había estado en Atenas el verano anterior y había conocido el Karamanlidika, regentado por una leonesa que lleva cuatro décadas en la ciudad. Mónica tiene la costumbre de atender personalmente a los españoles y así ocurrió con nosotros. Sociable y comunicativa, nos contó su historia, sus 43 años en Atenas, adonde llegó por amor y la ciudad de sus tres hijos y sus tres nietos. Se encargó de nuestro menú y nos trajo lo que le pareció, explicándonos que en este restaurante cocinan recetas de los griegos que vivían en Anatolia, antes de su expulsión por los turcos. Tomamos vino, cervezas, postre cortesía de la casa (yogur con mermelada y miel, rico) y pagamos por todo 65 euros para seis personas. Resultó la comida más barata de todo el viaje. Y muy satisfactoria.


Al día siguiente tomábamos el avión de regreso a primera hora de la tarde, así que madrugamos para aprovechar la mañana. Desde nuestro hotel fuimos caminando al estadio Panatenaico, construido en mármol blanco en 1870 y en el que se celebraron los juegos de 1896. Se levantó en el mismo lugar en el que ya existía otro desde el 330 a.c. construido en madera. Con gradas en tres laterales, la parte que da a la calle es precisamente la abierta, lo que permite verlo sin problema alguno.


La otra actividad prevista era el cambio de guardia en la plaza Syntagma, ante el Parlamento, donde custodian la llamada Tumba del Soldado Desconocido.   

                                  

A diario, cada una de las veinticuatro horas, dos soldados hacen unos vistosos movimientos desfilando para relevarse. Los domingos es la exhibición completa y participan varias docenas de evzones con sus curiosísimos trajes.


Cuando nos dirigíamos al Parlamento nos encontramos con el desfile de los soldados por la avenida Vassilissis Sofías, y los acompañamos. Con sus faldones con cientos de pliegues, sus ruidosos zapatos, las borlas y el gorro de fieltro de origen oriental, formaban un llamativo conjunto. En completo silencio, el público siguió después su coreografía militar en una ceremonia que no es precisamente rápida.

Una pequeña multitud contempla el cambio de guardia. Al fondo, el Parlamento.


A partir de ahí, volvimos al hotel que nos facilitó un transfer en el que cabíamos los seis y nuestras maletas y en un ratito ya estábamos en el aeropuerto  para encarar la vuelta.
Pasados unos días, Alfonso nos hizo llegar el siguiente video que resume muy bien nuestra estancia en Atenas y que es un bonito colofón para este viaje en el que descubrimos un poco de la Grecia continental a nuestra manera, aunque nos quedaran muchas cosas por ver, para conservar así las ganas de volver.  



miércoles, 30 de octubre de 2019

7) Nauplia, Epidauro, Micenas y Corinto: cuatro tesoros

La costa este del Peloponeso reúne una enorme cantidad de piezas relevantes de la historia griega, y lo pudimos comprobar en nuestro rápido paso por la zona antes de abandonar la península por Corinto. 

A primera hora, al salir de Monemvasía, atendimos la sugerencia del propietario del restaurante Mateos y pasamos por Gerakas, un pueblecito que adorna una pequeña ría a pocos kilómetros. Ello implicaba seguir un rato por la costa y alargar algo el viaje, pero no nos importó.

Pueblecito de Gerakas, en una ría cercana a Monemvasía
Es un lugar muy tranquilo, que posiblemente en verano tenga más animación.


Aunque hacía calor, desechamos la posibilidad de bañarnos ya que eran solo las diez de la mañana y nos quedaba por delante una intensa jornada hasta Nauplia, una pequeña y coqueta ciudad que fue la primera capital de la Grecia independiente, pero solo por unos años. La carretera era, digamos, muy secundaria, aunque se compensaba por lo escaso del tráfico. Al rato se complicaría con barrancos y curvas en un área montañosa. Por esta ruta llegamos a la playa de una pequeña ciudad llamada Leonidion.

Allí nos encontramos a un grupo de chicos y chicas catalanes con sus furgonetas adaptadas para dormir que estaban pasando unas semanas dedicados a la escalada en las abruptas laderas que rodean la localidad. Estaban relajados y felices con la playa y unos baños públicos que les facilitaban la estancia. Después de hablar con ellos, nos tomamos un zumo en un bar y seguimos ruta.



Con una carretera aceptable, más amplia y con menos curvas, nos pusimos en Nauplia sobre las dos de la tarde. Rápidamente localizamos el Nafsimedon, nuestro hotel, que fue una agradable sorpresa.



Es una antigua casona, con techos altos y una amplia terraza delante, que con seguridad no fue diseñada como hotel sino como residencia de una familia bien. Cuenta con solo trece habitaciones, ofrece un desayuno estupendo y estuvimos muy a gusto.


Sí eso fue el hotel, de la ciudad podemos decir algo parecido. Es una pequeña población, de unos 15.000 habitantes, situada en el fondo del golfo Argólico. Es plana, con un trazado bastante rectilíneo y un sinfín de acogedoras calles peatonales en su centro, que es un gusto pasear. Y de su historia, como ocurre en este país, mejor no entrar en detalles ya que hay de todo: romanos, bizantinos,  francos, otomanos, venecianos...


Recorrer calles engalanadas con plantas y buganvillas gigantes, pavimentadas con mármol, sin coches, con comercios de lo más atractivo y además sin agobios de gente, fue un auténtico placer.


Algunas de ellas las utilizan los restaurantes como comedores al aire libre y de hecho cenamos en el exterior los dos días que pernoctamos en Nauplia.


En su puerto, donde ese día trabajaban sin descanso varias dragas limpiando el fondo, existe un islote con un pequeño castillo de lo más fotogénico. 



Se trata de Bourtzi, construido por los venecianos en el siglo XV.



Una vez edificado, desde allí tendían una cadena al bastión de Acronafplia, en tierra, para proteger la ciudad de ataques piratas. Lo que hoy es un pintoresco monumento ha sido de todo, desde hotel y restaurante hasta residencia del verdugo.

800 peldaños para subir al fuerte Palamidi, por un camino que se intuye en la imagen
Tras recorrer el frente marítimo y su amplio paseo nos encaminamos a la fortaleza Palamidi, un complejo de fuertes ubicado sobre unos acantilados para proteger Nauplia. Se trata de la construcción defensiva más grande de toda Grecia. Aunque se puede subir en coche, la otra opción es una escalinata larga, de unos 800 peldaños, que permite ir contemplado el mar y la ciudad mientras se asciende. Aunque son muchos escalones, resultaron relativamente cómodos. 


En total son ocho bastiones, con la curiosidad de que algunos tienen troneras abiertas frente a otros. Lo diseñaron así previendo que alguno pudiera caer en manos enemigas y de esta forma poder seguir haciendo frente a los atacantes.


La vista sobre la ciudad, el pequeño fuerte del puerto y el otro montículo es espectacular.


Dentro de la fortaleza impacta una celda pequeña, subterránea, sin luz ni ventilación, de suelo rocoso irregular, en la que estuvo encerrado por los propios griegos el héroe de la independencia, Teodoro Kolokotronis. 
En la parte superior de este patio se encuentra la terrorífica celda del bastión
Para ver la celda hay que entrar a gatas por una abertura de un metro de alto que permite acceder a un vestíbulo, desde donde se ve la mazmorra desde lo alto. Solo pensar en pasar allí unos minutos ponía la piel de gallina...


Después de ver el sol en su ocaso bajamos a la ciudad para un último paseo por sus plazas. Elegimos el restaurante Aiolos Tavern y resultó una cena estupenda: fueron 82 euros en total para los seis comensales, incluyendo aperitivo, postre y un ouzo, tres detalles de cortesía que no habíamos encargado. Como curiosidad: ofrecían tres vinos de la casa y nos los dieron a probar para poder elegir.

El segundo día en Nauplia visitamos Epidauro y Micenas que se encuentran en un radio de veinte kilómetros. De regreso, por la tarde, recorrimos el paseo marítimo de Nauplia que prosigue junto a la montañita que bordea la urbe. Han debido producirse desprendimientos y unas vallas prohíben el paso, pero nosotros, y otra gente, los ignoramos. Con seguridad el ayuntamiento quiere por esta vía evitar reclamaciones en caso de algún incidente ya que las vallas tampoco eran muy disuasorias. 


El paseo termina en una playita de cantos rodados que tenía algunos usuarios. 


Acabado el recorrido y tras dar muchas vueltas por restaurantes cerrados, terminamos en el restaurante Kastro Karima, en el centro pero no en las calles principales. Estuvo bien. A continuación, durante la partida de chinchimonis, algunos probamos un metaxa de doce años, ciertamente bueno.

EPIDAURO

Este segundo día salimos de Nauplia tras desayunar para conocer dos lugares históricos. Epidauro es una pequeña población, pero nosotros realmente queríamos ver el santuario de Asclepio y principalmente el teatro, considerado el mejor conservado de Grecia. Después nos acercamos a Micenas.

No descubrimos nada comentando que el teatro impresiona por su magnificiencia, su estado de conservación y sus dimensiones.


Se llega por un camino lateral bordeado de árboles y, de repente, te encuentras enfrente de esta obra maravillosa atribuida a Polícleto el Joven en la mitad del siglo IV.


Tiene capacidad para 12.000 espectadores y el presente es de lo más oportuno ya que se siguen realizando representaciones.


Aunque se han perdido todas las construcciones del escenario, el recinto impacta. En su base, una zona circular reservada al coro de veinte metros de diámetro. Al llegar a primera hora de la mañana, estuvimos un buen rato solos en el recinto, con lo cual la sensación de magnitud ante esta obra única e imponente fue muy interesante.


La disposición de las gradas, con más de cincuenta filas de asientos en la ladera de una montaña, es una de las claves de su excelente acústica, una característica que todavía hoy es motivo de estudio por su perfección. Como muchos de los visitantes, lo pusimos a prueba hablándonos desde la distancia; lo hacíamos en tono suave desde la parte de abajo y se escuchaba con nitidez arriba.

Algunas zonas de las gradas acusan el paso del tiempo
Desde hace tres décadas es Patrimonio de la Humanidad junto con el conjunto del Santuario de Asclepio, el dios de la medicina, (Esculapio para los romanos). Era el mayor santuario de este dios en Grecia.

Como era nuestra costumbre, empezamos por el museo y salimos luego a la visita in situ al recinto. En este caso el museo era pequeño, más manejable pero interesante, y no tardamos demasiado en recorrerlo. Ya lo habíamos observado en otros museos, pero una vez más las estatuas expuestas, no todas pero sí la mayoría, carecen de cabeza. 
El Tholos, edificio circular con 26 columnas exteriores dóricas y 14 interiores, corintias. 
Este santuario estaba destinado a la sanación de enfermos, no específicamente por la medicina sino contando con la intervención de las divinidades. Parece ser que la tradición ya venía de antiguo, y que en el monte Cirtonio se rendía culto a una divinidad sanadora desde el siglo XVI antes de Cristo. Entre los pocos restos que quedan del espectacular edificio del Tholos está un misterioso laberinto del que poco se puede contar.

Estos santuarios incluían un templo principal con la estatua del dios, un tholos donde se encontraba un estanque o manantial y el recinto donde dormían los enfermos mientras esperaban la sanación (abaton). 
Antigua abaton, donde pernoctaban los enfermos
El de Asclepio contaba con 160 habitaciones, lo que da idea de sus dimensiones y relevancia. De resultas de su actividad derivó en una escuela de medicina donde actuaban los sucesores de Asclepio, el más famoso de los cuales fue Hipócrates. El tratamiento no era gratuito, pero las donaciones eran asequibles. Tras los ritos de purificación, el enfermo esperaba la aparición en sueños del dios, que le indicaría el tratamiento a seguir. Obviamente, las curaciones se producían, pero especialmente en casos de enfermos psicosomáticos.

MICENAS

En este revolcón acelerado en la historia griega antigua nos plantamos en Micenas para conocer su acrópolis y visitar el museo donde se exhibe material recogido en este yacimiento. 



Solo apuntar que se trata de restos realmente antiguos, de los siglos XVI al XI a.c., su período más importante, aunque hay otros de mucho antes. Fue la micénica (también conocida como aquea) la primera civilización griega.


La acrópolis está situada como siempre en una montaña, a la que rodearon de murallas para su protección. Se calcula que fue abandonada en torno a 1.100 (a.c.) por causas que no están claras, barajándose revueltas internas, una invasión o terremotos. Cinco o seis siglos después volvió a ser habitada, pero ya no fue lo mismo. Gracias a Homero sabemos de su importancia en los años mencionados.

En el museo, muy bien montado, por cierto, vimos todo tipo de objetos hallados en el yacimiento, desde esculturas a armas, objetos de cocina o adornos, y cuesta trabajo creer que fueran elaborados hace más de tres mil años.


Por supuesto había perros y gatos en la zona, pero esta vez, quizás porque llovía (el único día en todo el viaje), alguno de estos cuadrúpedos fue autorizado a penetrar en el museo, donde se sentía como en su casa, suponiendo que no lo fuera.


La Puerta de los Leones, el acceso a la ciudadela, es el punto más conocido de la acrópolis y está datada en el siglo XII a.c., aunque podría denominarse de las leonas, que es lo que son, apoyadas en sus patas traseras y con las delanteras sobre un altar. Ser trata de murallas ciclópeas de tres metros de ancho, y reciben este calificativo ya que por las dimensiones de las piedras precisaban ser movidas por cíclopes. Su construcción se basa en estos gigantescos pedruscos colocados sin argamasa ni ningún otro tipo de cemento. El peso del dintel de esta puerta, una minucia, veinte toneladas.

Es un recinto muy amplio lleno de restos de tumbas enormes, de planta circular y alzado elíptico, de viviendas y también templos. En algunos de estos sepulcros se encontraron ricos ajuares. También se encuentran los restos del palacio real, del que poco queda.



Desde lo alto del monte se tiene una perfecta visión de las zonas aledañas, lo que explica que fuera utilizado para construir una ciudadela defensiva. En una parte más baja se encuentran unas escaleras que llevan a un pozo muy profundo, del que se surtían.


A muy poca distancia de la acrópolis se encuentra la tumba de Atreo, una gigantesca construcción semisubterránea que durante muchos siglos fue la mayor cúpula construida: 13,5 metros de altura y 14,5 de diámetro. 
Entrada a la supuesta tumba de Atreo
Una vez dentro hay muy poca luz y está vacía. Se construyó cavando verticalmente y luego amurallando, de una forma muy estudiada para garantizar que no se hundiera. En la puerta hay un pasillo de 36 metros que da acceso a la cámara propiamente dicha. En su momento estaba decorado y había columnas y frisos. La piedra sobre el dintel de entrada pesa ¡120 toneladas!. En Micenas y en la tumba coincidimos con un grupo de españoles que viajaban en varios autobuses de una excursión organizada para mayores por la Junta de Castilla y León.

CORINTO

A poco más de media hora de Micenas se encuentra Corinto, más famosa quizás por el canal que convirtió al Peloponeso en una isla, pero que también tiene importantes restos históricos. Por supuesto fuimos a conocer Corinto old, situada a siete kilómetros de la actual Corinto.


De nuevo empezamos por el museo, no tan pequeño como el de Epidauro, y después salimos a recorrer los restos.


Por supuesto, capiteles corintios y en general lo que debió ser un recinto muy importante. Aunque un poco tarde, ahora comprobamos claramente la diferencia entre capitales dóricos, jónicos y corintios de los que hablaban nuestros libros de historia del bachillerato.


También las imponentes columnas que sobreviven de lo que fue el templo de Apolo.

Templo de Apolo
Desde Corinto nos dirigimos al canal que permitió la conexión del mar Egeo con el golfo de Corinto, una pequeña hendidura que evita a barcos de pequeño tamaño rodear el Peloponeso, unos 400 kilómetros de cabotaje.


Son poco más de seis kilómetros con un ancho de 21 metros, ocho de profundidad y una altura máxima de 80 metros. Un puente permite atravesarlo  también a pie y ofrece una curiosa perspectiva ya que pueden verse los dos extremos.


Anualmente lo cruzan unos 11.000 barcos, en su mayor parte turísticos. Fue inaugurado tras doce años de obras en 1893, pero ya hubo intentos mucho antes. En la antigüedad se arrastraban barcos por una rampa (diolkos), cuyos restos son visibles, aún para salvar estos seis kilómetros, una tarea compleja y tremenda.

Nerón llegó a poner en marcha las obras con 6.00 esclavos, pero su muerte paralizó el proyecto. Hubo otros intentos, pero problemas técnicos o económicos lo impidieron. Incluso a un gobernante de la antigüedad lo convencieron los ingenieros de que la obra podría provocar la inundación del Peloponeso, aduciendo diferencias en el nivel del mar en sus extremos, ante lo que optó por dejarlo de lado.
Aunque construido en fechas relativamente recientes, sus bordes arenosos han provocado problemas. El paso de barcos provocaba movimientos en el agua que horadaban la base, lo que llevó a construir un pequeño dique en su base.